Hubo una primera vez que por encima de la novedad y el dolor físico…de la angustia y el miedo tomé a mi bebé y la acerqué a mi pecho, pensé que todo fluiría espontáneamente y lo que experimenté fue todo lo contrario. Me sentí torpe, dolorida y de nuevo muy agobiada por creer que no era capaz de alimentar a mi pequeña. No me rendí, me llevó muchos días poder <leer> las señales de mi bebé, fueron muchas creencias- siempre infundadas por el miedo- las que tuve erradicar. Pero cuando elegí disfrutar en vez de padecer fue entonces que todo fluyó. Fluyó la leche… fluyeron los días y las noches y entonces me maravillé de recibir mucho mas de lo que daba. En el acto de amamantar mi alma recibió tanto amor y paz, recibí caricias y miradas tiernas que comunicaban sin palabras. Mi hija me mostró que tan solo me necesitaba a mi y no a mi equipaje lleno de temores, y esa primer lactancia abrió el camino que ahora recorro, en el que yo elijo disfrutar de mi maternidad.